martes, 4 de enero de 2011

Regina, dos de octubre no se olvida


Recientemente terminé de leer “Regina: dos de octubre no se olvida”, una obra histórico-biográfica de Antonio Velasco Piña.

Por lo general no me gusta contar las obras que leo, prefiero comentar y motivar a través de mis impresiones su lectura, pero en esta ocasión me será un poco difícil, debido a la carga espiritual y realista que utiliza el autor como hilo conductor de toda la historia.

Partimos por afirmar que el relato que nos regala Velasco Piña en “Regina”, está basado en un marco de sentido profundo, que se describe muy bien desde la representación cultural y espiritual que desde siempre ha formado parte de identidad mexicana.

Regina encarna la mexicanidad devota de la virgen de Guadalupe, lo místico de la cultura azteca y su indiscutible relación con la esencia tibetana.

En cada capítulo, uno encuentra un elemento que refuerza este marco de sentido profundo: los padres de Regina y sus creencias, la educación de Regina por el Dalai Lama, los cuatro auténticos mexicanos, los héroes de la revolución, etc.

Y cuando avanzamos en el relato, tomados de la mano por todo este magnetismo interior, y nos encontramos con un hecho histórico como la matanza del 2 de octubre de 1968, producto precisamente del despertar de un pueblo, descubrimos el valor literario de: “Regina: dos de octubre no se olvida”.

Esa mezcolanza de la perspectiva espiritual, cultural, histórica, de identidad y género que se nos presenta en el relato de “Regina”, es única y en mi humilde opinión, la esencia literaria de tan preciada obra.

La sensación que me ha dejado es de suma satisfacción, porque además de tratarse de una obra histórica, logra generar una inevitable vinculación con el presente de muchos pueblos que se encuentran adormecidos, como sonámbulos, y sobre con un espíritu pobre, que los lleva a desconocer su cultura, su identidad.