miércoles, 11 de agosto de 2010

Ordenando la venta de lotería

Aracelis Leoteauopinion@prensa.com

Desde hace un tiempo he estado dando seguimiento a la polémica de la venta de lotería en nuestro país. Y lejos de definir una posición a favor o en contra de los vendedores de chances y billetes, deseo llamar la atención sobre la necesidad de modernizar el sistema de ventas y el fin de la grosería y el maltrato a que son sometidos los consumidores.
Hoy en día, en muchos países del mundo, la venta de lotería está organizada a través de agencias, que a su vez se diseminan en pequeños puntos de ventas.
La experiencia más cercana que me permite plantear esta necesidad de modernización, fue la que conocí en Chile, donde la venta de lotería está ordenada de tal forma que el cliente puede comprar los boletos de los diferentes juegos de azar que existen, en cualquier supermercado, quiosco y hasta panaderías o refresquerías.
Como ven, el “billetero” como tal no existe. Sé que al plantear esta opción podría pensarse que sería el fin de la única fuente de ingreso de muchas familias; sin embargo, esto puede ser previsto y gestionado de tal manera que los billeteros que hoy forman parte de un sistema que, según ellos, no les conviene, puedan participar del cambio y salir beneficiados con un salario fijo, seguro social y los demás beneficios que el Código Laboral ofrece a los trabajadores panameños.
Aquí le tocará a la institución proponer una reestructuración en cuanto al sistema de venta, en el que los billeteros pasarán a ser funcionarios de la Lotería y no vendedores independientes con un pequeño porcentaje de ganancia. Ahora bien, sobre el trato, o en este minuto maltrato, a que son sometidos los compradores de lotería, debo decir que se hará necesaria una capacitación intensa sobre la atención al cliente, porque claramente el problema no se limita a un asunto de insatisfacción de los billeteros con su contraparte la Lotería Nacional de Beneficencia, aquí hay un tema de “educación”, entiéndase amabilidad y cortesía.
¿Quién en Panamá, no ha sufrido insultos, malas caras a la hora de comprar un chance o un billete por el simple pecado de elegir un número bajo? Hasta llegan a ignorar al comprador cuando osa preguntar “¿por qué tengo que comprarlo casado?”
De no tomarse una solución pronta a este problema, lo único que se va a conseguir es crear más desgano en el comprador, que seguirá prefiriendo el servicio ilegal de las “casas grandes”, donde es más probable que encuentre su número favorito sin caras ni groserías.
Ojo, aclaro que así como hay billeteros groseros, hay quienes con su buena vibra son capaces de cambiar esa percepción negativa que muchas veces se tiene de ellos; lástima que hasta encontrarlos sea un golpe de suerte.

martes, 10 de agosto de 2010

No estamos preparados

Desde que llegué a Panamá, luego de dos años de vivir en el exterior, noté mucho desdén en el trato hacia los visitantes. Al principio me resistía a creer que realmente esto estaba pasando porque “supuestamente” somos un país de servicio que está apostando por el turismo y la inversión extranjera.
Pero recientemente, me toco recibir a unos familiares, que desde hace 25 años no visitaban Panamá, y lamentablemente comprobé que la cultura del mal trato había empeorado.
A cada restaurante que íbamos, la mayoría ubicados en áreas turísticas, veíamos y sufríamos el desgano con qué nos atendían. Para servir un vaso de agua, se llegaron a demorar hasta 30 minutos, y hago constar que el restaurante no estaba lleno.
Ni hablar del taxi, que del Mall Multiplaza a los edificios de Punta Pacífica, se atrevió a cobrarles B/. 8.00
Qué decir de la otrora Isla de las Flores, Taboga. Primero, una compañía de turismo, nos cobra B/. 200.00 por llevarnos, con la condición que el viaje sería privado para ida, pero colectivo para la vuelta. Sin mayor problema aceptamos. Todo esto sin imaginar lo que no esperaba.
Cuando llegamos a la Isla, nos encontramos con una playa abandonada, que para llegar a ella había que cruzar un camino lleno de monte y con muy mal aspecto. (Se trata de los terrenos donde se encontraba el antiguo Hotel que quedaba a orillas de la playa)
En los restaurantes, no había nada de lo que supuestamente decían que tenían en el menú. Al utilizar el baño “publico”, que costaba 0.50 centésimos, corrías la suerte que no funcionara, según la advertencia de la administradora.
Y que hablar del ciudadano de origen asiático que atendía el mini súper del área, que se dedicó a “subir” los precios dependiendo de quién le compraba. Si era el que tenía aspecto de “gringo” le cobraba un dólar más.
Pero eso no fue todo, cuando nos disponíamos a regresar a la ciudad, para nuestra sorpresa, la lancha que costó B/.200.00 estaba llena de pasajeros, aunque con algunos puestos por ocupar supuestamente por nosotros, intención que casi no logramos realizar con éxito, por la protesta de la gente que ya estaba acomodada y decía que la lancha no tenía capacidad para más. Literalmente nos bloquearon el paso. ¿Y ustedes creen que alguien de la empresa salió a calmar la situación? Pues no, nadie dijo, ni hizo nada.
Como pudimos logramos entrar, acomodarnos y soportar las quejas de los demás pasajeros, que fueron incapaces de reclamar a quién realmente tenía la culpa de lo que estaba pasando y no nosotros, que al igual que ellos habíamos sido víctimas de la empresa turística.
Por supuesto que la impresión que se llevaron mis visitantes fue muy mala y quedaron sin ganas de volver. Qué lástima, que estemos así.
Razón tenían Rubén Blades, una sonrisa no cuesta nada, en cambio el desdén, el juega vivo y la grosería, nos cuesta millones en pérdida para la industria turística.