Desde que llegué a Panamá, luego de dos años de vivir en el exterior, noté mucho desdén en el trato hacia los visitantes. Al principio me resistía a creer que realmente esto estaba pasando porque “supuestamente” somos un país de servicio que está apostando por el turismo y la inversión extranjera.
Pero recientemente, me toco recibir a unos familiares, que desde hace 25 años no visitaban Panamá, y lamentablemente comprobé que la cultura del mal trato había empeorado.
A cada restaurante que íbamos, la mayoría ubicados en áreas turísticas, veíamos y sufríamos el desgano con qué nos atendían. Para servir un vaso de agua, se llegaron a demorar hasta 30 minutos, y hago constar que el restaurante no estaba lleno.
Ni hablar del taxi, que del Mall Multiplaza a los edificios de Punta Pacífica, se atrevió a cobrarles B/. 8.00
Qué decir de la otrora Isla de las Flores, Taboga. Primero, una compañía de turismo, nos cobra B/. 200.00 por llevarnos, con la condición que el viaje sería privado para ida, pero colectivo para la vuelta. Sin mayor problema aceptamos. Todo esto sin imaginar lo que no esperaba.
Cuando llegamos a la Isla, nos encontramos con una playa abandonada, que para llegar a ella había que cruzar un camino lleno de monte y con muy mal aspecto. (Se trata de los terrenos donde se encontraba el antiguo Hotel que quedaba a orillas de la playa)
En los restaurantes, no había nada de lo que supuestamente decían que tenían en el menú. Al utilizar el baño “publico”, que costaba 0.50 centésimos, corrías la suerte que no funcionara, según la advertencia de la administradora.
Y que hablar del ciudadano de origen asiático que atendía el mini súper del área, que se dedicó a “subir” los precios dependiendo de quién le compraba. Si era el que tenía aspecto de “gringo” le cobraba un dólar más.
Pero eso no fue todo, cuando nos disponíamos a regresar a la ciudad, para nuestra sorpresa, la lancha que costó B/.200.00 estaba llena de pasajeros, aunque con algunos puestos por ocupar supuestamente por nosotros, intención que casi no logramos realizar con éxito, por la protesta de la gente que ya estaba acomodada y decía que la lancha no tenía capacidad para más. Literalmente nos bloquearon el paso. ¿Y ustedes creen que alguien de la empresa salió a calmar la situación? Pues no, nadie dijo, ni hizo nada.
Como pudimos logramos entrar, acomodarnos y soportar las quejas de los demás pasajeros, que fueron incapaces de reclamar a quién realmente tenía la culpa de lo que estaba pasando y no nosotros, que al igual que ellos habíamos sido víctimas de la empresa turística.
Por supuesto que la impresión que se llevaron mis visitantes fue muy mala y quedaron sin ganas de volver. Qué lástima, que estemos así.
Razón tenían Rubén Blades, una sonrisa no cuesta nada, en cambio el desdén, el juega vivo y la grosería, nos cuesta millones en pérdida para la industria turística.
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