Cuando hablamos de cómo
construir el éxito en nuestras vidas, estamos hablando del más hermoso,
poderoso y auténtico acto de comunicar.
Durante 18 años de carrera en
distintas áreas de la comunicación, de los cuales, aproximadamente ocho he
dedicado a la enseñanza de la educación superior, he podido comprobar cómo la
comunicación ha transformado mi vida y la de cada persona que logro impactar a
través de talleres, clases o asesorías, guiándolas en el proceso de descubrir
que todo empieza por la capacidad de comunicarnos bien.
Veinte años después confirmo
que todo se reduce a poner en primer lugar la comunicación intrapersonal, el
dialogo interno, la escucha del grito “nietszcheneano” que todos de seguro
alguna vez hemos escuchado. Todo se reduce a definir comunicación como la
capacidad de poner en común y construir una nueva realidad.
Confieso que fue esta lección la
aprendí cuando decidí pararme a simplemente observar el proceso de la
comunicación y su impacto en las personas. La aprendí recientemente al
compartir con estudiantes universitarios de la escuela de periodismo de Biola
University, en California, Estados Unidos, donde participé como profesora
invitada a la clase de “Comunicación, cultura e identidad”.
Lograr captar en la mayoría de
esos jóvenes esa mirada diferente, que reflejaba una realidad perturbadora al
ni siquiera poder describir su identidad, me confirmaba que no estaba alejada
de la realidad que me lleva a la reflexión permanente.
Escuchar los sentimientos de
exclusión en un entorno cuyo perfil es de inclusión, define gráficamente el
cambio o dinámica social que impacta la cotidianidad mundial.
Son realidades atrapadas en el
complejo mundo de la globalización en el que vivimos. Son miradas que, aunque
se muestren abiertas a la infinidad de posibilidades comunicativas, icónicas,
literarias, económicas y hasta políticas, están cargadas de barreras que
impiden la adaptación a ese cambio constante que exige adaptarse a los nuevos
entornos interculturales. Son miradas de futuros comunicadores que necesitan
encontrarse para poder ser transmisores de su cultura, la cual forma parte de
esa identidad, que desconocen.
Si reconocemos que lo cultural
es aquello que cada persona es y se manifiesta en las interacciones con los
otros, en la comunicación con otros, entonces serán la educación y la
comunicación intercultural, las dimensiones que nos permitirán la reflexión
permanente que nos convertirá en protagonistas del cambio que necesitamos.
En tanto la comunicación y
educación en valores es responsabilidad de toda la sociedad, entendiendo que
atañe a los medios, colegios, organizaciones, jóvenes, adultos, políticos, es
decir, a la sociedad en su conjunto. Ese es el gran desafío.
"Quien llegue a comprender verdaderamente que su visión
de mundo es una construcción, sería en primer lugar una persona verdaderamente
libre, porque él sabría que podría cambiar su construcción, su visión de mundo
en cualquier momento. En segundo lugar, sería una persona verdaderamente
responsable, quien se sabe de ser el constructor, el arquitecto, de su propia
realidad por supuesto no puede excusarse, no puede acusar a otras personas de
ciertas cosas".
Paul Watzlawick